Recién salido de imprenta el mes pasado, el volumen de 605 páginas editado por Carlos García y Martín Greco cambia para siempre la fisionomía y el lugar en la historia literaria de quien fuera el director de la revista Martín Fierro. La imagen de "El hombre detrás de la vanguardia" se levanta entre las páginas de La ardiente aventura... donde los editores compilan el epistolario, la poesía, los ensayos, artículos y testimonios de y sobre Evar Méndez. Resultado de una investigación de más de quince años, este grueso volumen amalgama en el archivo de una vida literaria los entre telones de la vanguardia argentina. El director de una de las principales revistas de nuestra historia literaria no es quien suponíamos. Un estudio preliminar –de exactas cien páginas– escrito por García y Greco describe a un personaje que pone en entredicho las categorías estancas de la historia crítica.
Evar Méndez falleció en Buenos Aires el 22 de diciembre de 1955, tenía setenta años y no, como muchos afirman, 67; porque en verdad nació en 1885 y no en 1888. García y Greco exploraron el Censo Nacional de 1895, la Libreta de Enrolamiento, la Libreta de Matrimonio del Registro Civil de la Capital, el Boletín Oficial, seguros de vida e, incluso, la partida bautismal de la iglesia de San José en el departamento de Guaymallén, provincia de Mendoza, de donde es oriundo quien –confirman– se llama, en efecto, Evar Méndez; el nombre no es un seudónimo, como otros muchos creyeron. Tampoco, tal como el mito de "floredo" indica, Evar Méndez pertenecería a los sectores acomodados de la sociedad argentina. Nunca fue a Europa, no fue más allá de Montevideo. Fue poeta "posmodernista" en su juventud, llevaba sus escritos en el bolsillo y los leía a cuanto interlocutor se cruzase en el camino. También parece haber tenido algún vínculo con el anarquismo. En la revista dirigida por el escritor anarquista Alberto Ghiraldo, publicó poemas con influencia nietzscheana.
El estudio de García y Greco recorre el destino de Méndez en las diversas prácticas culturales en las que se desempeñó. El poeta demora varios años en publicar su primer libro Palacios de ensueño. En 1910 ve la luz plagado de erratas, con un prólogo lapidario de Ricardo Rojas que el autor publica a pesar del poco favor que le hace al entusiasmo por leer, al fin, los versos de una joven promesa que "nace muerta". Como el destino de todo el "posmodernismo", el de los "epígonos" de Dario y Lugones, la poesía de Evar Méndez queda opacada por lo que vendrá. Lo cierto es que, tal como los autores afirman, en este caso se trata de uno de los más claros enlaces entre el modernismo y la vanguardia, entre la literatura del 1900 y la de 1920, es probable que el destino incierto del "posmodernista" haya sido el combustible que le diera fuerza para buscar la "nueva sensibilidad" como editor del que sería el principal órgano de la vanguardia de nuestra historia literaria.
García y Greco explican por qué el 15 de noviembre de 1927 Evar Méndez publica el último número de la revista y destierran mitos y fantasías que existieron hasta hoy sobre ese final sin despedida. Al contrario de lo que ha dicho buena parte de la crítica, según esta investigación, no se trataría de desavenencias políticas, sino de un mucho menos significativo, para la historia crítica, mal pasar económico. García y Greco despliegan un tipo de crítica propio de estos tiempos: investigaciones rigurosas que relativizan coagulaciones de la historia crítica para mostrar otros sentidos distintos a los que los "estados de las cuestiones" han formulado según sus propias condiciones de producción (Amante sobre el exilio romántico, Pittaluga sobre la revolución en Rusia). El martinfierrismo llega a nosotros cargado de mitos, más necesarios para los críticos que los han "imaginado" (el verbo lo eligen en un pasaje clave en el que discuten una afirmación de Álvaro Abós) que para los propios objetos de investigación.
El caso de la supuesta adscripción política de Evar Méndez a las filas de Marcelo T. de Alvear es una muestra clara de esta práctica crítica: se ha dicho que Méndez disponía de fondos radicales (Croce) e incluso que era un "puntero" del presidente (Candiano), cuando en verdad no hallaron ninguna documentación que avale la idea de que la revista Martín Fierro fuera financiada por organización política alguna. Este es el conector entre García y Greco: la crítica literaria tiene que volver sobre más documentos, verificar si las afirmaciones de la crítica son invenciones o están respaldadas por el archivo, desterrar mitos y leyendas para hacer de la historia de la literatura un espacio más complejo y menos estereotipado que habilite nuevas lecturas sobre las obras literarias. Es el caso de García en su análisis de las traducciones del expresionismo alemán del joven Borges y de Greco en su detallado estudio sobre el mito acerca del verso libre de Oliverio Girondo.
Se podría interpretar, porque así lo sugiere García en su trabajo sobre Borges, que se trata de una práctica crítica a distancia de la "teoría", más cerca de un trabajo sobre los materiales, despojado de grandes afirmaciones sobre poéticas y estéticas. Lo cierto es que a lo largo del estudio crítico y en la selección y organización de los materiales de Evar Méndez publicados hay decisiones críticas que corresponden a posicionamientos teóricos. Señalar puentes entre el modernismo y las vanguardias, una insistencia de Greco, es un modo de interceder en una discusión teórica sobre los alcances del modernismo en general y el modo de pensar la relación entre la sensibilidad de 1900 y la de 1920 como respuesta común a la modernización económica, política y social. En definitiva, la reivindicación filológica que se desprende de su escritura (de forma casi invariable cada frase que incorporan al estudio corresponde a un dato en los materiales) no se aleja un ápice de la teórica exigencia benjaminiana que pedía abrir al mundo eso que ya está en las obras esperando a la crítica para volverse arte y conectarse con la historia.
Pablo Luzuriaga
Buenos Aires, EdM, septiembre 2017
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