Hacia finales de los años veinte una médica de renombre, llamada Alicia Moreau de Justo, elabora un proyecto de ley sobre el voto femenino, presentado en el Congreso por un diputado socialista; su vida se lee en clave de las grandes campañas del sufragismo local. En 1938, en pleno auge de la “década infame”, la intelectual Victoria Ocampo apoya otra presentación de un proyecto sobre el voto femenino desde su cargo como presidenta de la Unión Argentina de Mujeres, después de años de reivindicar las libertades civiles para solteras y casadas; su propia vida puede leerse desde la libertad, al punto tal de ser la primera mujer que fuma en público. Son sólo dos nombres propios, en los que se inscribe una lucha que se remonta a las anarquistas y socialistas de comienzos del siglo XX. La ley 13.010, sancionada en septiembre de 1947, establece en su artículo primero que “Las mujeres argentinas tendrán los mismos derechos políticos y estarán sujetas a las mismas obligaciones que les acuerdan o imponen las leyes a los varones argentinos”. María Eva Duarte sostiene esta ley con su cuerpo: su historia está asociada al efectivo logro de la ciudadanía política para las argentinas.
Apenas un año después de la sanción del voto femenino, en 1948, la revista Sur —dirigida por Victoria Ocampo— publica el cuento “Emma Zunz”, de Jorge Luis Borges. Emma, obrera de una fábrica textil, se entera de que su padre se ha suicidado en Brasil, acusado de un robo que él afirma no haber cometido y que le adjudica al dueño de la fábrica donde ella trabaja. Emma urde y ejecuta un plan que consiste en actuar como trabajadora sexual, tener sexo con un varón que trabaja en el puerto y, horas después, ir a la oficina, tomar el revólver del jefe y matarlo. Así, ella construye cómo debe leerse su violación: el dueño la abusó y se vio obligada a defenderse. Este cuento de Borges dramatiza la vida de las mujeres argentinas durante las primeras décadas del siglo XX. En esos años, como afirma Dora Barrancos, el rol femenino atraviesa un paradojal fenómeno de “inclusión/exclusión”. Desde la perspectiva de género, entonces, se caracteriza por la contradicción: si bien se intensifica la división entre la esfera pública para el varón y la privada para la mujer, también es posible vislumbrar una nueva posición femenina y una parcial reconfiguración de las relaciones de género. Mientras que la retórica del lamento de algunas letras de tango dice “Milonguita, los hombres te han hecho mal / y hoy darías toda tu alma por vestirte de percal”, varias columnas de Alicia Moreau de Justo y Victoria Ocampo abogan por los derechos de las mujeres. A la vez que las Aguafuertes de Roberto Arlt escenifican los miedos y las fantasías ante las nuevas relaciones entre varones y mujeres; La razón de mi vida, de Eva Perón, muestra las potencias y los límites del Estado para gestionar estos roles emergentes.
¿Por qué todos queremos leer “Emma Zunz”? ¿Cuál es el giro que el cuento impulsa, en parte, señalado por Josefina Ludmer, Beatriz Sarlo, Martín Kohan y Fermín Rodríguez? Los intelectuales argentinos leen este cuento como punto de inflexión en la genealogía del siglo XX. Ludmer analiza a su protagonista en torno a la serie “mujeres que matan”, y las formas de posibilidad del deseo femenino; mientras que Sarlo lee los deseos masculinos proyectados en las mujeres, en una constelación que incluye la figura de Eva Perón y el asesinato de Aramburu. Según Kohan: “La verdad de Emma Zunz, que es la puta de los relatos de Borges, es por el contrario la verdad de la propia ficción literaria, la que se funda en el verosímil mediante el arte de hacer creer, y que se derrama sobre la realidad verdadera del mundo para afectarla o para transformarla. […] ¿Cómo se puede fingir ser puta y no serlo? Una vez que Emma Zunz se acostó con un hombre cualquiera y recibió dinero por hacerlo, ¿simuló ser una puta o de hecho lo fue? ¿Hay alguna manera acaso de hacer de puta sin hacerse puta? ¿O esa deriva urbana de Emma Zunz la llevó precisamente a ese lugar en el que el simulacro y la realidad ya no pueden distinguirse, el lugar donde el verosímil bien logrado equivale a la verdad y tiene su mismo poder?”.
“Emma Zunz” ha sido objeto de reescrituras como “Eric Grieg”, de Martín Kohan (en Una pena extraordinaria, 1998) y “La ventana de Emma”, de Alicia Steimberg (en Escritos sobre Borges. 14 autores le rinden homenaje, 1999), y de varias trasposiciones cinematográficas, entre las que se destaca Días de odio (1954), de Leopoldo Torre Nilsson. Emma simula ser trabajadora sexual, pero rompe el dinero con el que le pagan; simula ser traidora, pero no brinda información sobre la huelga; simula ser violada, pero es ella quien accede a perder su virginidad. En este gesto, crea en su propio cuerpo, y con él, las condiciones de posibilidad de lo que debe leerse como una violación. El sexo se consuma, y la violación no. La violación se transforma en un pacto de lectura propuesto por Emma.
De manera oblicua, el cuento también interpela el imaginario de la delatora y la traidora, que orbita en las décadas posteriores: “insinuó que deseaba comunicar, sin que lo supieran las otras, algo sobre la huelga y prometió pasar por el escritorio, al oscurecer”. Emma, atravesada por un “sentimiento de poder”, es capaz de “tramar e imaginar”. Ella no padece su cuerpo, sino que lo utiliza en su propio beneficio. Entre el trabajo sexual y el cautiverio, el cuerpo de Emma es inestable, conflictivo y no se agota en ninguna de la dos figuras fundantes de las iconografías sobre mujeres: “madre” o “puta”. Si bien Emma “pensó (no pudo no pensar) que su padre le había hecho a su madre la cosa horrible que a ella ahora le hacían”, en el cuento se señala que “fue una herramienta para Emma como ésta lo fue para él, pero ella sirvió para el goce y él para la justicia”.
Emma es una de las primeras trabajadoras que se corre de los imaginarios del trabajo respecto del “mal paso” de la costurerita de Evaristo Carriego, de 1913. A Emma ya no se la puede leer desde el “mito de la caída” que orbita en esas ficciones. Emma es una trabajadora, no una “costurerita”, y, además, es una lectora que, ya en los años cincuenta, muestra la distancia entre el sexo y el acuerdo, entre las prácticas y los pactos de lectura. En mundos de opción y coerción relativas, ella elige cómo y para qué debe leerse su cuerpo, así como las relaciones que mantuvo con el marinero. Emma no es una víctima. Y al no serlo, abre la serie de la trabajadora y la lectora que interpela al presente. Flujos que incluyen Boca de lobo (2002), de Sergio Chejfec; El trabajo (2007), de Aníbal Jarkowski; El desperdicio (2007), de Matilde Sánchez y Alta rotación (2009), de Laura Meradi: todas intervenciones sobre los modos en que los efectos del capitalismo tardío modifican los estatutos del trabajo y las vidas de las mujeres.
Florencia Angilletta,
Buenos Aires, EdM, diciembre 2017
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