“Llegó la banda de Germán (sindical)/ somos ATE Capital / Vamos a hacer un sindicato nacional (feminista) y popular / porque somos laburantas no vamos a permitir que nos sigan despidiendo, vamos a parar el país / yo soy así, soy compañera, yo movilizo, toco el bombo y hago huelga / yo soy así, voy militando, en el estado le doy guerra al patriarcado”.
(Se canta con la música del tema “Cosas mías” de Miguel Abuelo)
l 8 de agosto pasado, cuando la calle se vistió de verde para pedir que el senado legalice el aborto, Las Pibas de ATE cautivaron una vez más con su toque informal y desobediente que va del mantra sororo a las ganas de romper todo. “Estas chicas me encantan, deberían estar al frente de la CGT y tirar a todos los machos por la borda”, comentó, mientras las escuchaba, una destacada académica de la Facultad de Ciencias Sociales. Nada más errado: lo de las Pibas de Ate está lejos de un feminismo blanqueado que anhela el grado cero de la historia. Lo de ellas no pasa por guetificar el género sino más bien por inscribirlo en una tradición sindical que se hace cargo de sus logros y de sus deudas pendientes. Son cincuenta mujeres de diferentes edades pero antes que eso son cincuenta trabajadoras estatales que se identifican con ATE Capital, la seccional Verde y Blanca que encabeza el dirigente combativo Daniel Catalano que pelea contra el macrismo a la par que anhela una CGT unificada.
Las Pibas de ATE se formaron en el 2016 para ir a un “Encuentro nacional de mujeres”. En principio eran sólo tres, un bombo, un redoblante y un repique, y al toque se sumó un zurdo. Lo primero que hicieron fue componer un cantito para presentarse, para dejar en claro de dónde vienen y a dónde van: el nombre de Germán Abdala asomó de arranque, después enumeraron el rumbo, movilizar, tocar el bombo, hacer huelga. “La armamos pensando en la cotidianeidad y en el horizonte de nuestra pelea”, explica Manucha, la responsable de la percusión que deslumbra en cada marcha dirigiendo a las pibas, en medio del bardo de la calle, con ese tipo de autoridad, tan difícil de construir, que consiste en mandar obedeciendo. Así lo siente y lo explica Silvina, una de las integrantes: “Si tuviera que representar este espacio sería con esos ejercicios de confianza donde te dejás caer sabiendo que te van a atajar. Cuando llevás horas tocando con frío y lluvia (como pasó el 4 de junio), aunque no sentís el cuerpo, intercambiás una sonrisa con la que tenés al lado y te cargás de energía”.
Las mujeres son parte de la historia pero no siempre estuvieron en la cuenta de la historia. “Ampliar la cuenta” es tal vez uno de los mayores desafíos de la política. La lucha del feminismo ha sido, justamente, poner a las mujeres en la cuenta. De los 17 millones de trabajadores ocupadxs que hay hoy en la Argentina (registradxs y no resgistradxs) el 42,7% son mujeres. Y del total de los afiliados a los sindicatos representan el 31%. Pero en la conducción apenas llegan al 5%.
Por lo bajo, sin embargo, pasan otras cosas que sacuden ese escueto porcentaje. Las mujeres están en cada junta de base diciendo todos y todas, hablando con la x o animándose a la “e” pero, sobre todo, poniendo el cuerpo y la cabeza en esta transformación, en esta revolución que es buscar la igualdad de géneros. Porque las mujeres sindicalistas “están adentro y en contra”, tal como enseña la experiencia política de las mujeres, una experiencia que, como dice Rita Segato, es “más tópica que utópica; más pragmática y orientada por las contigencias que principista en su moralidad”.
Las Pibas de Ate saben que el Estado y los sindicatos funcionan, en parte, desde la lógica patriarcal. Pero también saben que esos son los actores que en la historia argentina han permitido construir los proyectos nacionales y populares que dieron felicidad a las grandes mayorías de desposeídos. Por eso están ahí, en esos lugares, con sus bombos, que son los mismos que en 1945 crearon una atmósfera carnavalesca para desafiar las jerarquías sociales bajo el nombre de Perón pero que también son otros porque ahora, además, practican una desobediencia capilar contra el machismo que anida, incluso, entre los propios. Y para darle guerra al patriarcado militan y componen una banda sonora que metió un hitazo cuando se apropió del reggaetón “Despacito” al grito de “Ni una menos” y que, en este caso, reversiona “Cosas mías”, un tema rockero que en los ochenta amplió la experiencia de lo posible a través del cuerpo queer de Miguel Abuelo y que después, por esas cosas de la cultura popular, saltó a las canchas donde masas sudorosas de machirulos lo entonaron a viva voz. Ahora es de las mujeres sindicalistas que lo hacen suyo para ir alternando tres palabras que construyen y deconstruyen su identidad: nacional, popular y feminista.
Cecilia Flachsland,
Buenos Aires, EdM, Septiembre 2018
No hay comentarios:
Publicar un comentario